Época: Larga y fecunda cris
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Larga y fecunda crisis

(C) Miguel Angel Elvira y Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Sin que esto signifique tomar partido, es justo reconocer que por esas fechas los contactos artísticos entre Etruria y la Magna Grecia son constantes. Los talleres de cerámica de figuras rojas instalados en Toscana, y sobre todo en Faleries, donde trabaja el Pintor de la Aurora, siguen planteamientos procedentes sin duda de Atenas, pero a través de Apulia. Serán estas regiones coloniales las destinadas a transmitir, de nuevo en cantidades considerables, el helenismo plástico al mundo etrusco.
La segunda mitad del siglo IV a. C. vivirá por tanto su renacimiento a través de la tutela griega. Con ella llegarán los frisos movidos, como los del Mausoleo de Halicarnaso; o la pintura de sombreado, cultivada en Grecia desde fines del siglo V a. C.; o la idea de la perspectiva; o la posibilidad de plantearse el retrato...

Como en el período arcaico, los etruscos aceptarán con entusiasmo todas las novedades, y con ellas temas míticos, leyendas, símbolos, etc. En ciertos ambientes, la helenización volverá a ser la moda. Pero el incipiente planteamiento etrusco-itálico o itálico medio ha hundido ya su surco, bien asentado en la mentalidad profunda, y la mayoría lo siente como el lenguaje más idóneo, aunque acepte la ayuda de la plástica griega. La puesta al día es general, pero las tendencias del siglo anterior se perpetúan.

Las obras más logradas se hallan de nuevo dentro del arte de carácter helénico puro: es el caso del Sarcófago de las Amazonas, tallado en mármol griego, pero cuya amazonomaquia pintada tiene una adscripción incierta. Refleja, desde luego, el nivel evolutivo de la pintura helénica a mediados del siglo IV a. C., y su calidad no desmerece en nada de las obras contemporáneas que adornan las tumbas regias de Macedonia, pero ciertas peculiaridades de vestimenta -el calzado, en concreto- parecen más comprensibles dentro del ambiente etrusco.

En cuanto a la escultura más importante de la época, el altorrelieve de los dos Caballos alados de Tarquinia, sí que podemos con seguridad considerarla etrusca: es de terracota, constituye un fragmento del frente de un columen (el del templo mayor de la ciudad, conocido convencionalmente como Ara de la Reina), y la escena completa representaba a un dios o genio en su carro. Incluso la propia presencia de dos caballos alados es impensable en Grecia, donde sólo se conoce un équido de este tipo: Pegaso. Nos hallamos por tanto ante una magnífica adaptación de la plástica griega de hacia 340 a. C.